Tomado del libro Brujerías, tradiciones y leyendas, de Antonio
Paredes Candia
Sentado en una oquedad andina, el dios menor Cuurmi, Arco Iris, lamentábase de su suerte. Soslayando su pena, lanzaba a los vientos, rato a rato, su liwiña tricolor, [la] que formando una gigantesca parábola iba a tocar la cúspide opuesta. Así mataba su tiempo; luego, cansado de su juego y de espectar la belleza que él mismo irradiaba, nuevamente recogía su liwiña para seguir rumiando su tristeza.
-Es sin objeto la belleza que dura sólo instantes. ¿De qué sirve que yo sea el poseedor de todos los colores? ¿Por qué debo retenerlos en mí? ¡Oh! triste suerte del Dios joven, cuya belleza es como un fuego fatuo. ¡Oh, padre Wiracocha, permite que este manantial guardado en mí, aquiete los afanes de belleza, que son sed de amor en esos pobres seres, tus mortales criaturas!
Y el venerable Kjunu ensombreció el horizonte con su aliento para que las
quejas del dios joven no enturbiaran su corazón.
En la espesura de algunos valles del dilatado Kollasuyo, crece una planta, cuyas flores, campánulas blancas, en cierta época del año, al roce de un ligero vientecillo, hacen vibrar sus estambres y pistilos, tan intensamente que tañen melodías de singular belleza. Los aborígenes [de esta región] la llaman Khantu y le atribuyen poderes inspiradores para los músicos que se acercan a [aspirar] su fragancia.
Wiracocha, padre de [los] dioses, escuchó las lamentaciones del dios joven, se dolió hondo y buscó la manera de amenguar la tristeza de Cuurmi.
Del raro acoplamiento germinó una hermosa flor con los tres
colores del Arco Iris: rojo, amarillo y verde.
Ésta es la leyenda de la
Khantuta, flor imperial para los incas, y símbolo patrio de la República de
Bolivia.
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