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EL BASTARDO ÉTNICO


Escrito por Carlos Espinoza Arce

Dibujo de Antonio García Villarán 
El germen de idea de utilizar “bastardo” como configuración étnica provino de una entrevista en la que María Galindo mencionaba esta categoría. Entiéndase bastardo como lo que degenera de su origen o naturaleza.

Obviamente las siguientes afirmaciones no representan la totalidad de los estudios que han aportado análisis y explicaciones de los problemas sociales de carácter económico, político, etc. La connotación étnica y cultural es una visión más, pero la utilizo y me enfoco en ella para darle cuerpo al relato. 

Así es... la disimilitud étnica todavía se encuentra en la rabia discursiva, se le ha dado más importancia de la que me gustaría. Es probable que el arraigo étnico identitario se explique en el desequilibrio sociocultural al que hemos sido fieles y hemos arrastrado desde el remoto encuentro del viejo y el nuevo mundo (si no es que antes), posicionando las características “favorables” de unos por encima de la “precariedad” de otros. Discriminación, estratificación, colonización, invasión, conversión, explotación… son palabras de uso común para describir los acontecimientos que han marcado nuestra percepción histórica; una marca indeleble que ha generado un sentimiento subversivo contra el statu quo que replica categorías culturales diferenciadas que devienen contradictorias e irreconciliables, incluso varios siglos más tarde. Ustedes conocen el resto de la historia. 

Hoy se busca la cara del enemigo, se busca dar una connotación étnica, racial y cultural a nuestras desgracias. Se trata de atribuir el peso de la problemática social, por medio del estigma, al blancoide opresor o al indio resentido; dos personajes antagónicos que acarrean una serie de adjetivos que califican sus características más notorias - tanto físicas como ideológicas - haciéndonos cuestionar las concepciones de estética, inteligencia, clase, capacidades, oportunidades, riqueza y pobreza. Un enfrentamiento grupal bipartito que ha ocasionado una escisión hasta en los aspectos más insignificantes pero complejos de la vida individual: el que me atribula, la identidad. 

Parece que he perturbado mi capacidad de autoreconocimiento, me resulta difícil encontrar la convergencia entre lo que soy y lo que represento, entre mi categoría y mi realidad, entre mi herencia y mi vivencia. ¡Todo un bastardo étnico! Que ha perdido la noción de sus orígenes y la unicidad de su identidad, que ha viciado su sentido de pertenencia y desconocido las implicancias de la delimitación cultural. ¡¿Y cómo no?! Si en esta tierra de fundamentalismos y puristas no hay espacio para los híbridos en su extensa y variante gama de cholaje (mestizaje), cuyas características no son lo suficientemente representativas para encajar completamente con los unos o con los otros. Tierra de simbolismos y desclasamiento, de negadores de la herencia ajena y de impositores de la identificación, que saben cómo y dónde clasificar al otro; pero, y aunque afirmen saber dónde pertenecen, no pueden contrastar la imagen que los refleja con sus aspiraciones étnicas ni con su estilo de vida. 

¡Qué fetichista es la pleitesía a las culturas y a las etnias! Que no me deja transgredir mi propia personalidad y me coloca en la liminalidad del orgullo y la vergüenza, del etnocentrismo y la alienación. Que, además, no me permite manifestar mi individualidad en la realidad social y sofoca los intentos de articulación convivencial entre los polos, parece que solo el ámbito artístico y bohemio se ha reservado el contacto superficial entre los mundos. Y aunque se maneje con volatilidad el discurso de inclusión, que sobrepasa las barreras ficticias de la cultura para adentrarse en la charlatanería política de justicia social, me resulta desagradable la precipitada inferencia justiciera sobre la condición del otro sin conocer su realidad empírica. Nos aferramos a nuestro estandarte racial categorizado, privándonos de los beneficios de la contemplación compartida y ensanchando la brecha ya existente que nos enajena aún más y crea una falsa empatía por la realidad del otro, una comprensión retórica de la desigualdad. 

¡Malditas sean las categorías! Pues nos inducen a la confusión de acepciones de lo social, cultural, lo étnico y lo racial, productos del imaginario humano que potencian la disparidad de nuestra realidad. Malditos sean los extremos de la costumbre y de las idiosincrasias cerradas que no me dejan desplazar dentro de los diferentes niveles de blancura y morenez, dentro de la vivencia polifacética del mestizo, de ese ridiculizado bastardo étnico hijo de nadie, opresor de sí mismo, tachado de avergonzado por sus raíces indias pero al mismo tiempo desclasado por la “occidentalización” de sus rasgos.

¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿Cómo explicamos nuestros orígenes impuros y variantes? En esta tierra que exige encasillamientos totalizadores y no ofrece más que una vista periférica del supuesto intercambio cultural ¿Cómo desenvolvernos sin que nos juzguen por resentidos, apropiadores o por igualados? 

Envidio a aquellos que con toda seguridad se atreven a determinarse en un bando u otro, a aquellos que se adueñan de las acciones humanas y que, con una actitud fatua, discriminan al diferente. ¡Es frustrante ser amalgama de las contradicciones sociales! y no poder representar cabalmente esa porción de lucha que te corresponde. ¡Qué irónico! que a la par del vaivén de un discurso politizado de reivindicación se acentúen estas contradicciones y sobresalgan simbolismos de orgullo y repudio.

Ideológicamente, no hay lugar para el mestizo, no hay lugar para ese bastardo étnico, nuestra insuficiencia cultural y la falta de precisión étnica racial nos obliga a establecernos en una de las dos posiciones en la dicotomía del k ´ ara y del cholo indio. Haber sido abandonados por la raigambre única y no continuar con el linaje “intacto” de los pueblos europeos, africanos o del Abya Yala, no implica necesariamente la existencia de rechazo o engreimiento por las raíces. Las desventuras históricas han ido forjando el posicionamiento de este bastardo en un sistema de privilegios y desventajas, de oportunidades y resignaciones basadas en los estereotípicos aspectos culturales. 

No nos queda más alternativa que complacer a la ideología del movimiento imperante de nuestro entorno inmediato, complacer los criterios de colocación de aquellos que consideramos nuestros semejantes en el círculo social, refutablemente segurísimos de su autodefinición identitaria. 

En este intento de prosa poética, les transmito mi absurda y tal vez exagerada percepción, que parte de una experiencia personalísima que puede ser compartida o no. Con un manejo intencionalmente indistinto y tal vez irresponsable de las acepciones de cultura, etnia, y lo que fuere…

Al final ¿Quién soy yo para opinar? si solo soy un bastardo étnico. 

Recomendaciones de lectura y otros

- Oscar Martínez, (2019) Crónicas del llokalla jailón. 

- Teun van Dijk, (2003) Dominación étnica y racismo discursivo en España y América Latina. 

- Alejandro Grimson, (2011) Los límites de la cultura, crítica de las teorías de la identidad. 

- Orhan Pamuk (1998) Me llamo rojo. 

- Alcides Arguedas. Pueblo enfermo. Ed. Puerta del Sol. La Paz, (1967). 

- Debate sobre el racismo en Bolivia junto a Carlos Macusaya y Quya Reyna. Canal de Youtube: RADIO DESEO 103.3, 4 de agosto de 2020.

- Historias debidas VIII: Silvia Rivera Cusicanqui (capítulo completo). Canal de YouTube: Canal Encuentro. 18 de abril de 2018

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